El día resultó ser bastante tedioso y aburrido. Mi madre me
obligó a usar un horrible vestido color coral, que tenía miles y miles capas de
tull, con unas horripilantes hombreras. Que literalmente, llegaban a mis
orejas. Me sentía más como en una fiesta temática de fallidas princesitas con
problemas de histrionismo. Además, se les ocurrió peinarme con dos tomates a cada lado de mi cabeza, estilo Leia Skywalker.
Ahora que lo pensaba habría sido perfecta para que me hubiesen puesto en el
montículo de la torta.
Gracias a dios, que los únicos jóvenes que habían era una
irritante prima de 7 años, la que no paraba de hablarme de cómo sus padres
habían desarrollado sus capacidades a tal grado de ser una niña prodigio. Había
adelantado cursos y tocaba todo tipo de instrumentos musicales y se creía
estudiaría medicina a los 13 años.
Intenté mantenerme lo más alejada que
pude de ella, pero lugar donde iba, aparecía ella como una verdadera psicópata,
como si aparte de todo, pudiera tele transportarse y darme unos sustos
terribles. A la cuarta vez que apareció a mi lado, comencé a pensar en cosas un
tanto macabras y recordé de forma innata cientos de películas de terror que se
reproducían en mi cabeza con una música estridente y dolorosa, caracterizada
por la presencia de violines que sonaban eufóricos retumbando por las paredes
de mi cerebro.
Mi segundo primo, Andrés, también era extraño, como si en mi
familia no bastaran los locos que hay. Tenía 31 años y nunca había tenido
novia. Siempre estaba al lado de sus padres y deambulada perdido por todas
partes. En más de una oportunidad lo vi hablando con animales. Acto que, en
definitiva, me espantó, pero podría apostar por que el me caía mucho mejor que
Lía, la enana superdotada.
Me senté en un banquillo, acto que fue casi una acrobacia, e
imaginé lo difícil que debía ser ir al baño con un vestido de novia.
Misión imposible.
Cuando finalmente lo logré, me puse a observar con detenimiento
como todos se sentaban en la gran mesa, ubicada en el patio central, a comer y
charlar. Desde siempre me gustó ver a la gente y…las cosas. Encontraba
maravilloso poder ver cosas “invisiblemente visibles”, como lo decía yo, o más
bien, cosas que pasaban desapercibidas por la mayoría; hormigas más despistadas
que otras, el baile de los arboles al compás del viento, algún grafiti cargado
de sabiduría y cosas así.
Y en el caso de las personas, parecía ser más interesante y
era excitante verlos. Para mí los hechos y las acciones… del tipo de hechos y
acciones que muestran el verdadero ser, que normalmente esta ocultó tras
palabras presuntuosas o capas de maquillaje, son más válidas.
Aparte que no todos los días, reúnes a un par de monos bien
vestidos, que solo hablan de política y negocios. Era gracioso, pero casi todos
tienen cosas en común: hablan con la papa en la boca, y demoran un milenio en
decirlas, tan como si pensaran y repensaran cada palabra que pronunciarán con
sumo cuidado y atención. Todos, incluidas las mujeres, tienen una panza,
bastante visible, tanto así, que no pasa desapercibo que usan algún tipo de
“sujetador de carnes”, por no llamarlo faja. Deja ver la buena vida que tienen
y la buena comida que comen. Son sumamente clasistas y tratan a cualquiera que
no tenga una chequera, como si fuesen verdaderos bárbaros.
Me daba mucha rabia eso. Mi padre y madre eran los únicos
delgados del grupo, imagino que incluso que debían de tenerle cierta aprensión
por su deformada delgadez, quizás hasta piensen que están pasando por algún
aprieto económico. Burradas. Aunque, en los últimos meses, Clemente, mi padre,
decidió dejarse crecer el mostacho, y vez que lo miro creo que es Mussolini.
Se
podía ver a simple vista que la familia de mi padre había hecho su fortuna cuando mayores, por ello parecían unos cerdos con trajes costosos a diferencia de Clemente que siempre fue rico.
Al estar cerca de él
notaba, que era un hombre de mucha clase y elegancia en su estado más puro y
natural. Pero, aunque pareciera extraño, sentía que no sabía absolutamente nada
de aquel hombre de buen gusto que me engendró. Lo único que nos unía era su
peculiar ADN, el grupo de sangre Rh negativo y un buen día al despertar. El resto…nada. Era como tener un padre
presentemente ausente, una rara, pero posible, ambivalencia. Nunca fue muy cariñoso conmigo. Imagino que
el dinero se interponía ante un fuerte abrazo.
Pero pese a conocer muy poco a mi padre, sabía y me
constaba…que ocultaba algo.
-Amanda, por favor. Ven a sentarte a comer-dijo mi madre, con
una fatídica sonrisa circunspecta.
Claire, mi madre, poseía una magnifica y aun no descubierto
don, de decir grandes pesadeces de forma amable. Casi siempre me confundía su hablar, porque
jamás sabía con certeza, si sus palabras, justamente eran bien intencionadas o
venían cargadas de odio malicioso. Un
debate que tendría de por vida.
Imagino, que por mis antecedentes familiares, sus frases
siempre cargaban alguna implícita indirecta agresiva…. pero tratada y manejada,
como la verdadera Guerra Fría.
Mi madre era una mujer propia en extremo. Creo que solo
podría definirla así. Mas unas cuantas gotas de perversión. Eso había sido una
condena para todo el que estuviera a su alrededor, incluyéndome, por supuesto a
mí. Perfectamente podría decirte “estúpido malnacido”, de una manera tan
decorosa y repleta de eufemismos, que no podía pillar de ninguna forma y solo lograbas quedar con la
sangre hervida casi a punto de ebullición. Y no podía hacer nada, porque en teoría,
no había dicho nada.
Pero, por lo demás se
caracterizaba en ser una buena mujer…solo un poco pesada.
-Amanda, querida…muévase!-volvió a decir Claire, logrando espabilarme
de mis cavilaciones
-perdón-me dispense y tropecé con una silla.
Eso es lo que pasa, cuando te despiertan bruscamente de un
pensamiento o ensoñación. Sucede lo mismo que cuando te levantan por la mañana
con un frío jarrón de agua…solo resulta en torpeza.